Una de las películas de piratas por antonomasia es este El temible burlón rodado en Technicolor durante 1951, en las localizaciones mediterráneas situadas entre la isla de Ischia y la Bahía de Nápoles.
El principal reclamo, además de baluarte, de la función sería el carismático actor Burt Lancaster, quien junto al productor Harold Hetcht, de Norma Productions y bajo contrato con Warner Bros., darían el zarpazo de salida de una majestuosa epopeya marina en su mayor parte y que bien podría estar circunscrita al mejor cine de espadachines de la época, debido a su coreografía. Quizá como respuesta a este subgénero, el escritor Robert Kibbee ?años más tarde, codirector junto a Lancaster de The Midnight Man (1974)? y el realizador Robert Siodmak compaginarían la espectacularidad de las escenas de acción con dobles juegos, dobles traiciones hasta llegar a un clímax consecuente con la(s) historia(s) narrada(s).
Todo ello no hubiese sido posible sin la conformidad de Burt Lancaster, elegante actor formado en el mundo del circo desde bien joven, al que además de mostrar una indudable empatía en pantalla, estaría bien secundado a su fiel amigo de la infancia, Nick Cravat, pese a las grandes diferencias físicas e interpretativas entre ambos.
Bautizado en el film como Ojo, Cravat volvería a ser el partenaire y complemento perfecto de un pirata rojo (no carmesí, como sería preceptivo en su más que cursi traducción literal), compasivo, con agallas, lleno de ambición y sin rencor hacia sus allegados. Un pirata, en definitiva, bien distinto al del que teníamos acostumbrado a ver, a excepción hecha del encarnado por Douglas Fairbanks ?ídolo de juventud de Lancaster? en la silente El pirata negro (1926).
Gracias a estar en plenitud de condiciones físicas, Lancaster probaría diversas acrobacias en el rodaje, un hecho que alarmó al propio Siodmak, con quien ya había trabajado en Forajidos (1946), al punto de exasperar al risueño actor, para acabar llamándole «viejo tonto». La energía que destilaba Burt Lancaster a lo largo del metraje tan solo tendría parangón con la mostrada en El halcón y la flecha (1950), y su papel de Dardo, cercano al de Robin Hood.
La química entre Lancaster y Cravat, más allá de una longeva amistad, con constantes notas humorísticas, substituirían a la efímera presencia de la húngara Eva Bartok, en su presentación en el cine norteamericano.
Como dato curioso, la aparición del británico Christopher Lee en un papel secundario de castrense que resultaría irrelevante, al punto de no aparecer ni en los títulos de crédito.
Por su parte, Nick Cravat volvería a enmudecer en el celuloide ante su poca habilidad en los diálogos, otorgándole su voz a un Lancaster que se confirmó como una de las presencias más gratificantes que ha dado el séptimo arte.